Dolor. Un inmenso dolor recorría cada centímetro de mi piel, dominando los movimientos, impetuosos y descontrolados, de mi cada vez más afligido cuerpo. El tiempo se había detenido entre esas angostas paredes y oprimía mi energía vital. Mi oído ya no podía percibir el sonido de la voz de Unai mitigando la ansiedad de mi abuela ni los lamentos desconsolados de ésta. La felicidad que había colmado todo mi ser en la presencia de Apolo estaba desangrándose en ese preciso instante.
De repente, la luz del Sol se posó en mi rostro, reflejando cada destello de su candente belleza. Toda la angustia y dolencia que me invadía desapareció sin yo explicarme qué había ocurrido.
Mis músculos comenzaron a distenderse paulatinamente, despojándome de la contracción a la que habían estados sometidos mis pulmones. El cuello cedió al peso de la cabeza y volví a resposar mi espalda contra la superficie, esta vez más acolchada. Pero, sin duda, lo que me mantenía todavía alerta era el vacío que sentía alrededor de mí; no oía ni mi propia respiración desacompasada, ni las contracciones del corazón...nada, absolutamente nada.
- Unai, ¿crees que se pondrá bien? No pensaba que esto llegaría a tales extremos...
- La verdad es que ha sufrido un ataque muy fuerte, Aurora. Yo también estoy extrañado con este giro de los acontecimientos y, he de decirte, que no voy a permitir que vuelva a ocurrir. Alieen no está preparada aún, y haré todo lo que esté en mi mano para impedir que llegue ese momento.
- No puedes hacer nada y sabes que no tienes derecho a cambiar su destino. Tu misión es protegerla, no apartarla del camino.
- ¿Qué propones? ¡¿Qué la vea morir entre mis brazos sin mover un solo dedo?! ¿Y si le vuelve a pasar, Aurora?¡ ¿Y si la próxima vez no sobrevive?! Por Dios, estás perdiendo el juicio.
- Eso no va a ocurrir. Sabes que ésto no es más que el principio y, ni tú ni yo podemos interceder, aunque así lo deseemos.
- Si mi cometido es preservar su vida, no me pidas que permita su sufrimiento.
¡Qué paz interior! Seguía inconsciente y sin ninguna capacidad para moverme o hablar, pero jamás me había sentido tan conectada con mi interior, con mi espíritu. Mi cuerpo se había convertido en un mero enlace con el mundo real y había cedido todo su protagonismo al combustible que me llenaba de vida. Estaba embriagada por un perfume, un perfume con nombre de sueño y sabor a libertad.