La puerta se abrió
repentinamente, dejando paso a una
corriente de aire álgido. Refugié mi cuerpo bajo la manta y descubrí mis tímidos ojos. Mi ritmo cardiaco comenzó a
acelerarse y mis músculos reaccionaron al frío del exterior postrándose
rígidos.
-
Tranquila cariño, soy yo – musitó mi abuela
dejando el tosco tabardo en el perchero.
Aún estaba aletargada y sentía un
sopor que imposibilitaba la operación de movimientos voluntarios. Llevaba demasiadas horas postrada en el canapé
de la sala de estar aguardando la llegada de mi abuela y ésto había conseguido que
mi organismo no reaccionara con normalidad.
Huyendo de esa sensación me
detuve a observar cómo mi abuela aseguraba el cierre de todas las ventanas del
cuarto y corría las opresivas cortinas rojizas.
-
¿Dónde has estado? – al fin pude decir.
-
Pues… salí al pueblo a recoger un paquete y me
encontré con unas amistades de tu madre de cuando ella vivía conmigo- contestó sin detenerse en
detalles.
-
Y… ¿has estado- alcé la cabeza para mirar el
reloj de la pared- seis horas con ellos?
-
¿Vino Unai a advertirte de mi tardanza?
Había ignorado completamente mi
pregunta sarcástica. Estaba inquieta, no cesaba de moverse de un lado a otro
recogiendo lo que veía desordenado.
-
Sí. Pasó por aquí, pero, te vuelvo a preguntar,
¿dónde has estado con esos amigos de mamá? Porque son las cuatro de la mañana
-
Hemos estado en casa de uno de ellos que sigue,
afortunadamente, viviendo en el pueblo. ¡Qué recuerdos de antaño! – contestó
fijando la mirada en el reloj- ¿Y qué? ¿Te acordabas de Unai? Es el hijo de
Celeste; cuando erais críos no se os podía separar… si tu madre no se hubiese
marchado…
-
Él, al
principio, no me recordaba pero yo lo hice desde el momento en el que me dijo
su nombre. La verdad es que ha crecido muchísimo, es…- un cosquilleo intenso me
recorrió toda la nuca hasta llegar al
cuero cabelludo.
-
Sí, es un joven muy valeroso y apuesto. El
tiempo pasa, los chicos vais creciendo…- comentó mi abuela con cierta nostalgia
agridulce.
-
¿Valeroso y apuesto? Creo que esas expresiones
caducaron hace varios siglos, abuela - me burlé.
Se dio media vuelta con una
sonrisa de medio lado en el rostro y abrió la puerta de mi cuarto.
-
Anda, ve a la cama a descansar, no vaya a ser
que envejezcas tan rápido como yo de lo poco que duermes.
Agarré entre mis brazos la manta
y un sutil escalofrío irrumpió en mí debido al contacto de mis pies con el
frígido suelo. Avancé hacia la habitación con pasos cortos pero apresurados.
Cuando llegué, a duras penas, a
la altura a la que estaba mi abuela esperando un beso de buenas noches percibí
un aroma conocido.
El lago. Mi abuela había estado
en el lago toda la noche. Me había mentido. Me era inconfundible el olor del
abeto blanco que yacía junto a mi banco. Nuestro banco.
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