Los lugares donde no se ha amado ni se ha sufrido, no dejan en nosotros ningún recuerdo

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miércoles, 21 de diciembre de 2011

Con los Cinco sentidos


La puerta se abrió repentinamente,  dejando paso a una corriente de aire álgido. Refugié mi cuerpo bajo la manta y descubrí  mis tímidos ojos. Mi ritmo cardiaco comenzó a acelerarse y mis músculos reaccionaron al frío del exterior postrándose rígidos.

-          Tranquila cariño, soy yo – musitó mi abuela dejando el  tosco tabardo en el perchero.

Aún estaba aletargada y sentía un sopor que imposibilitaba la operación de movimientos voluntarios.  Llevaba demasiadas horas postrada en el canapé de la sala de estar aguardando la llegada de mi abuela y ésto había conseguido que mi organismo no reaccionara con normalidad.

Huyendo de esa sensación me detuve a observar cómo mi abuela aseguraba el cierre de todas las ventanas del cuarto y corría las opresivas cortinas rojizas.

-          ¿Dónde has estado? – al fin pude decir.

-          Pues… salí al pueblo a recoger un paquete y me encontré con unas amistades de tu madre de cuando  ella vivía conmigo- contestó sin detenerse en detalles.

-          Y… ¿has estado- alcé la cabeza para mirar el reloj de la pared- seis horas con ellos?

-          ¿Vino Unai a advertirte de mi tardanza?

Había ignorado completamente mi pregunta sarcástica. Estaba inquieta, no cesaba de moverse de un lado a otro recogiendo lo que veía desordenado.

-          Sí. Pasó por aquí, pero, te vuelvo a preguntar, ¿dónde has estado con esos amigos de mamá? Porque son las cuatro de la mañana

-          Hemos estado en casa de uno de ellos que sigue, afortunadamente, viviendo en el pueblo. ¡Qué recuerdos de antaño! – contestó fijando la mirada en el reloj- ¿Y qué? ¿Te acordabas de Unai? Es el hijo de Celeste; cuando erais críos no se os podía separar… si tu madre no se hubiese marchado…

-           Él, al principio, no me recordaba pero yo lo hice desde el momento en el que me dijo su nombre. La verdad es que ha crecido muchísimo, es…- un cosquilleo intenso me recorrió  toda la nuca hasta llegar al cuero cabelludo.

-          Sí, es un joven muy valeroso y apuesto. El tiempo pasa, los chicos vais creciendo…- comentó mi abuela con cierta nostalgia agridulce.

-          ¿Valeroso y apuesto? Creo que esas expresiones caducaron hace varios siglos, abuela - me burlé.

Se dio media vuelta con una sonrisa de medio lado en el rostro y abrió la puerta de mi cuarto.

-          Anda, ve a la cama a descansar, no vaya a ser que envejezcas tan rápido como yo de lo poco que duermes.

Agarré entre mis brazos la manta y un sutil escalofrío irrumpió en mí debido al contacto de mis pies con el frígido suelo. Avancé hacia la habitación con pasos cortos pero apresurados.

Cuando llegué, a duras penas, a la altura a la que estaba mi abuela esperando un beso de buenas noches percibí un aroma conocido.

El lago. Mi abuela había estado en el lago toda la noche. Me había mentido. Me era inconfundible el olor del abeto blanco que yacía junto a mi banco. Nuestro banco.

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