Visión turbia, difusa. Colocaba
las manos frente a mí y no era capaz de distinguir sus perfiles. La ventisca me
arrastraba sin rumbo alguno y mi fragilidad física no evidenciaba ningún
antagonista posible para el raudo torbellino.
Mis pies eran meros títeres
controlados por el viento: avanzaban hacia un límite anónimo y oculto pero de
forma involuntaria. Yo no era la ejecutora de esos pasos, una garra exterior a
mi ser me agitaba descontroladamente sin enmienda.
Súbitamente sentí una caricia en
el cuello. Tenue y delicada a la par que vehemente. Mi pelo, hasta entonces desaliñado,
empezó a controlar su rebeldía nocturna.
-
Acércate, mi sueño. Ven. Estoy aquí.
Su voz se introducía en mi
corazón y aceleraba mi ritmo cardiaco. Tanteé el camino que me separaba de Apolo
pero la cruda realidad se impuso de nuevo. El amanecer alargó esa distancia
hasta límites que encogían mi corazón.
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