Entró en la cafetería. No había una clara razón por la que debía saborear un cálido café y curiosear por la ventana mientras la lluvia acechaba fuera. Un nuevo sinsentido jugaba en su vida.
Su mirada corrió por toda la cafetería hasta encontrar un lugar donde descansar. Se quitó los guantes con delicadeza y dejó el abrigo ligeramente mojado sobre la silla.
- Buenos días, señorita. ¿ Qué desea para tomar ? - le preguntó el camarero que esperaba delante de ella con una sonrisa como el gato de Cheshire.
- Me gustaría un café descafeinado con mucha leche, por favor- contestó enredándose un mechón sobre el pecho acelerado.
- Muy bien, ahora mismo se lo traigo- murmuró exhalando el aroma de su perfume.
Él era dueño de su café a las once. De su cigarro a las once y siete. Y del ritmo de su corazón a todas horas.
Que les sorprenda el otoño, que ya habían descubierto sus mundos con un solo encuentro. No les importaba vivir uno dentro del otro el resto de estaciones.
- Tome, su café descafeinado con suficiente leche- anunció rozando uno de sus dedos al acercar la taza a la mesa.
De sepia el otoño se volvió abril.
Mientras el mundo se jugaba coincidencias, ellos se descubrían.
- Perdone que le haga una pregunta pero, ¿ no está agotada ?- le cuestionó el camarero cuando las manillas de todos los relojes se pararon a escuchar la respuesta.
- No. ¿ Por qué me preguntas eso?- sus labios latían al compás de los nervios de él.
- Porque paseas por mis sueños todas las noches con tus tacones rojos.-
Y los dos pidieron que ,en ese momento, no hubiera espacio que les separara.
- Vamos a sacar punta a tu imaginación. A hacer tus sueños realidad.
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