Me sobresalté al oír unos pasos fuera de la casa.
Tal vez era mi abuela. Sí, estaba segura de que mi abuela ya había regresado. Y le pensaba interrogar como si de una fugitiva se tratase después de pedirle disculpas por mi descuido.
Salí al porche con una manta sobre los hombros. La manta que me había cosido mi abuela cuando yo era niña. Cada vez que acercaba su sedosa tela a mi cara, miles de retratos rondaban en mis recuerdos. Retratos de horas y horas hablando con un té en las manos. Sin preocuparnos del paso del tiempo ni del alto importe de éste.
Pero esas tardes se habían disipado hace muchas lunas.
-¡ Oh, perdona ! No quería despertarte- enunció un chico al que desconocía por completo.
En realidad no era un chico. Se semejaba más a un hombre que a un joven con las hormonas revolucionadas.
Una incipiente barba asomaba por su perfilada barbilla. Su pelo era largo y verdaderamente cuidado.
-Alieen, ¿ verdad ? Yo me llamo Unai, encantado- se presentó el chico con una exquisita educación.
-Mucho gusto, Unai. Lo siento si soy un poco atrevida pero, ¿qué haces a estas horas en frente de mi casa?- pregunté con tono impertinente.
-No te preocupes. Es lógico que me realices esa pregunta.- replicó él con una sonrisa forzada y poco convincente.- Tu abuela me encargó que viniera hasta aquí para avisarte de que se encuentra perfectamente. Ha tenido que salir al pueblo pero a primera hora regresará.
¿ Y envía a un hombre que no conozco para que me quede más tranquila? Pues ha conseguido lo contrario.
-Ah, vale. Y, ¿ eres amigo de mi abuela ?- volví a insistir en su identidad para asegurarme de que no tuviera que salir corriendo.
-Sí. Soy el hijo de su mejor amiga, Celeste. La conoces, ¿verdad?- dijo esta vez con un gesto más sosegado.
-¡ Vaya ! Así que eres su hijo... Claro que conozco a Celeste, y a ti también . ¿ No te acuerdas? Éramos grandes amigos a pesar de nuestra corta edad.- corroboré risueña.
Unai y yo habíamos sido amigos de la infancia. Mi abuela me llevaba a la casa de Celeste todos los días cuando yo pasaba los veranos con ella. Él era más mayor que yo, pero amenizó mi niñez como si fuera de mi edad.
Sin embargo desde que mi madre y mi abuela tuvieron esa horrible disputa, yo no había vuelto a ver a mi apreciado Unai. Le eché en falta durante largos años, pero el tiempo sanó esas heridas ya postergadas.
-¡ Claro ! ¡ Alieen ! Tu lunar hecho con el molde de la luna es inolvidable. - me dijo colocando sus dedos en la marca distintiva.- Me sigue pareciendo fascinante.
-Cuando apenas tenía sobre mis hombros seis años, me aterraste diciendo que tenía este lunar porque era una extraterrestre.- dije con jocosidad apartando su curtido brazo de mi piel desconfiada.
-Era un muchacho de lo más cruel- se intentó defender volviendo a acercar su cuerpo al lugar donde yo estaba clavada- Estás preciosa, Alieen. Me alegro de haberte vuelto a ver.
La Luna esclareció el cielo. Esa noche hacía una temperatura placentera, y el viento corría con modestia.
Sus ojos buscaron los míos. Nos quedamos en secreto unos segundos. Sus ojos eran opacos pero intensos. Sentí que su mirada recorría mi rostro como si él mismo acariciara mi piel. Mis pómulos escogieron ponerse su mejor traje: el rojo. Noté el ardor y acomodé las palmas de mis manos sobre ellos para que Unai no advirtiera tal rubor.
-Bueno, Alieen, yo me tengo que marchar. Celeste me espera con impaciencia. Puedo sentir sus bufidos en la nuca- bromeó imitando la cólera de su madre.
-Vale. Será mejor que no la hagas esperar más. Recuerdo su especial carácter.- asentí bajandomis manos por el cuello y transfiriendo la incandescencia a éste.
-Buenas noches. Y no te inquietes por tu abuela. Está bien- se despidió Unai.
Besó mis mejillas y desapareció en las sombras.
-Buenas noches, Unai- mascullé mientras acompañaba su camino con la mirada.
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