Los lugares donde no se ha amado ni se ha sufrido, no dejan en nosotros ningún recuerdo

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miércoles, 11 de agosto de 2010

Con los Cinco sentidos


Los rayos más intrépidos de El Sol alcanzaron mis ojos somnolientos. Vertiginosamente coloqué las manos sobre mi cara.
-¡ No ! Otra vez he dejado la cortina abierta- pataleé mientras mis ojos se acostumbraban a la luz del día.
Me estiré lo máximo posible y entonces un recuerdo se plasmó en el techo. ¿ Fue real ?
No recordaba con lucidez lo ocurrido la pasada noche. Sólo me venía a la mente su nombre: Apolo.
Aparté las sábanas desplanchadas de mis piernas y me levanté. Mi camisón estaba seco y mi pelo igual. Inmediatamente dirigí la mirada a los pies. Estaban impolutos, sin un vestigio de barro.
Bajé a toda prisa las escaleras y tropecé con la alfombra que descansaba al final de la fila de peldaños.
-Alieen, ¿ estás bien ?- gritó mi abuela desde la cocina de la que procedía un exquisito olor a tostadas recién hechas.
-!Si! No ha sido nada – contesté mientras me levantaba del suelo del comedor.
Contemplé el reflejo de mi silueta en el espejo que colgaba de la pared del cuarto. Tenía el mismo aspecto que el de por la noche antes de haber salido. Era imposible. Yo había ido al lago y me había encontrado con él. Era innegable.
-Buenos días, abuela.- anuncié al pasar por la puerta de la cocina.
-Hola dormilona. Ya era hora de levantarse. ¿ Cómo te encuentras ?
-Bien. Oye, ¿ anoche salí al porche ?
-Claro, ¿ no te acuerdas? Salí a buscarte pero como siempre, no me hiciste ni caso y te quedaste dos horas más. ¿ Has cogido frío, verdad?
-Para nada, – tenía razón, le había visto, pero no lo recordaba muy bien – es que me he levantado un poco aturdida.
-Bueno, tómate estas tostadas con aceite que te vendrán estupendamente - respondió mi abuela con una amplia sonrisa en los labios.
Estaba verdaderamente confundida. Tras el copioso desayuno que me obligó mi abuela a ingerir, cogí la bicicleta del cobertizo y me dispuse a dar un ligero paseo para despejar las ideas.
-Voy a que me de un poco el aire. A la hora de comer estoy aquí.- le anuncié a mi abuela mientras ella barría las hojas desobedientes que se habían marchado de su hogar para acabar en el porche.
-Vale, pero vuelve pronto que me tienes que ayudar con la comida.- replicó con desgana.
El aire aquella mañana era sofocante. Cada cien metros tenía que detener la marcha a refrigerar mi árida garganta. Sin embargo no abandonaba mi trayecto. Por un algún lado debía de estar ese banco que la noche antecedente fue testigo de un verdadero e incalculable amor. Tenía que hallar su paradero y asegurarse de que todo no había sido una utopía. Él existía. Por lo menos en su memoria y en su afligido corazón.
El día estaba precioso. Demasiado calor para mi gusto, pero hermoso. La tormenta de ayer había despejado el cielo, dejando a la vista una túnica color cobalto sobrecogedora.
Alcé mi curiosa mirada hacia el firmamento. Inspiré profundamente y sellé mis párpados. Una sensación inmejorable. Me hacia sentir grande, poderosa.
Frené en seco. Tuve que apoyarme con los pies en el suelo para impedir el desplome.
Ese sentimiento ya lo había experimentado. Ya había notado el poder y la confianza por mi sangre. Ya me había empapado de magnanimidad anteriormente. Pero, ¿cuándo?, ¿cuándo había sido capaz de sentir tanta energía en mi joven cuerpo?
De repente lo vi.
Desde la lejanía pude apreciar su silueta. La luz del Sol aclaró el lugar donde se ubicaba, frente al lago.
Había sido real. No era un mero sueño

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