Los lugares donde no se ha amado ni se ha sufrido, no dejan en nosotros ningún recuerdo

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martes, 10 de agosto de 2010

Con los Cinco sentidos


Toqué mis labios.Mojados y frescos. Pero a la vez cálidos.
Agaché la cabeza y acaricié el agua que resbalaba por mi semblante.Entendía el idioma de la lluvia, de la noche opaca. Las gotas se introducían en mi cuerpo y me daban vitalidad.
Respiré el aroma del campo rociado y me encaminé hacia el lago. Me estaba llamando.
Él me observaba desde lejos mientras mis piernas avanzaban. En seguida sus pies siguieron el camino que habían trazado los míos. Despacio, sin prisa.
Percibía su caminar y sus movimientos a pesar de que me encontraba de espaldas a él.
El veloz latir de su corazón se instaló en mi propio pecho. Un mismo motor nos dirigía.
Torcí mi cuello para ver su rostro.
Estaba a dos pasos de mi cuerpo, pero esperaba paciente.
La lluvia no le rozaba, cambiaba su rumbo al advertir su presencia. De su cuerpo emanaba una luz indescriptible. Débil por la tormenta, pero realmente atrayente.
Solté mi cabello de la coleta y lo peiné con los dedos hacia atrás. Era gratificante sentir mi pelo empapado de la esencia de la naturaleza.
Los árboles volvieron a enemistarse. Su clamor ya no era aplacado, solo se mitigaba con el pasar de las gotas por sus ramas.
El lago estaba enfurecido. Su caudal era abrumante y poco corriente.
Toqué el agua con el pie izquierdo. Estaba realmente fría. Me gustaba.
Cuando mi piel conectó con el lago, éste se amotinó con violencia. Pequeñas olas se crearon mientras se escuchaba el repiqueteo de la lluvia.
Mi camisón estaba tan mojado que ya no me protegía de la tormenta. Lo cogí desde las piernas y me lo quité por la cabeza empapada. Mi cuerpo desnudo se iluminó por el espectro del mayor de los relámpagos.
Él fue a dar un paso, pero yo le detuve con la mano.
Me introduje en el lago con serenidad. Disfrutando de cada segundo de ese sueño.
Cuando yacía en las profundidades del lago, sumergí mi cabeza en el agua. Buceé hasta que mis pulmones dijeron basta.
Al salir a tomar aire él ya estaba en el agua. Con su cuerpo desvestido y entumecido por el frío.
El viento pasó por encima de nuestras cabezas sin tocarnos. Como una fantasma.
- Bésame- dije al acercarme a él por la fuerza del aire.
Sus ojos se abrieron enormemente. La Luna se reflejó en sus pupilas. Aquel fulgor desapareció cuando un centello del Sol salió de su cuerpo e iluminó todo el lago.
Sus labios, tímidos, rozaron los míos. Leve. Intenso.
El agua empezó a relajarse. Nos mecía como si bailara un vals. De un lado a otro.
Mordí su labio inferior, con intrepidez.
Se separó de mí. Me miró con sus ojos ardorosos y profundos. No sabía qué decir.
Sacó la mano del agua y señaló la Luna, que nos vigilaba desde arriba.
- Debajo de tu piel vive la Luna- me susurró en el oído con discreción.
Cogí su cara con las manos y acerqué su boca a la mía, pero sin besarla, aguantando la pasión que tenía en mi interior.
Frente contra frente respiramos el mismo aire. Un lazo etéreo reunió nuestros cuerpos.
- ¿ Me concedes esta noche para olvidarme de todo y quererte sin reparos?
- Esta noche y mi vida entera.

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