Los lugares donde no se ha amado ni se ha sufrido, no dejan en nosotros ningún recuerdo

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jueves, 12 de agosto de 2010

Con los Cinco sentidos



Había encontrado el banco.
Me acerqué con reserva, dejando aparcada en el olvido a la bicicleta. Con la mirada sujeta a esa pequeña pero especial parcela del universo.
Todavía sentía su presencia.
Su esencia me envolvía y me arropaba con suavidad. Me apoyé en un árbol que prestaba su cuerpo para hacer sombra a la propia existencia del Sol.
Mi mente estaba obsoleta. Quería gritar su nombre y que él apareciera. Detrás de mí. Jugar a querernos hasta que no recordara nada más que el fulgor de sus ojos cristalinos. Deseaba volver a ese Edén que habiamos construido con nuestras propias manos.
¿ Cómo conseguiría verle de nuevo ?
No le conocía de nada. Sin embargo, nadie en este mundo tenía la facultad de apreciar cada uno de sus precisos y elegantes movimientos. Ninguna mujer había descubierto el verdadero sabor de sus labios, ni había compartido el mismo vaivén de su mágico corazón.
Desde el comienzo de su ser le estaba esperando.
A pesar de que no sabía de su existencia hasta ayer mismo, yo ya soñaba con la calidez de su piel.
Al pensar en el instante en el que nuestras almas se fusionaron, un cosquilleo peregrinó por cada rincón de mi cuerpo. Su fenecer era inviable. Solo si cesaba de fantasear con un nuevo encuentro podía controlar mis cinco sentidos y no abandonar la superficie de la Tierra.
El ocaso ya reinaba en el cielo. Se me había hecho realmente tarde. No había pasado ni a comer con mi abuela. No obstante mi estómago no requería ningún alimento. En realidad carecía del sustento primordial : el amor de Apolo.

­ -¡ Abuela! Ya he llegado – saludé a mi abuela antes de entrar por la puerta principal.

Ojeé la sala de estar con preocupación. ¿ Dónde estaba mi abuela ? A estas horas, con aquella tenue luz, solía leer su libro predilecto en la mecedora del porche.

-¿ Hola ? ¿ Abuela ? - articulé con enigma en cada una de las sílabas pronunciadas.

De repente oí un fragor tras mi espalda.
Roté 180º mi receloso cuerpo. Nada. Habría sido el crepitar de la madera. Esa casa era añeja, y con cualquier movimiento brusco todo el pavimento se hacía notar. O eso intentaba creer.
Mi abuela no solía salir de casa sin decírmelo. Había hecho mal al no haber asistido a la comida. Seguro que ahora mi abuela estaba disgustada y me estaba buscando por todo el pueblo. Estaría inquieta , y todo por mi culpa.

Hice la cena para que cuando regresase todo estuviera listo y ella no tuviera que mover un solo dedo. Esperé y esperé frente al arroz con verduras que había preparado con tanto ánimo.

Mi nerviosismo era ya indudable. Daba vueltas por toda la casa y cada vez que escuchaba un mínimo ruido salía acelerada hacia el pórtico. Pero mi abuela no aparecía.
No paraba de cuestionarme estos dos aterradores interrogantes:
¿ Le habría ocurrido algo ?
Y lo peor... ¿ era algo malo ?

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